7 enero 2011 | Sin comentarios »
Por Aquilino Quintás
-Hoy me he tomado el café en la calle. ¡En la vida había pasado tanto frío!
Ese es el comentario que, caminando ayer por Madrid, se escuchaba en un paso de peatones, en el autobús, en el metro. El refrán “más vale humo que escarcha”, ya no sirve. El Gobierno se ha empeñado en ir desterrando a los fumadores de todos los lugares comunes con el fin de que no contaminen el ambiente, y a quienes lo frecuentan. Yo, que soy exfumador desde hace muchísimo tiempo, no tendría que sacar la cara por los fumadores, sobre todo porque parece ser que los «ex» son muy intransigentes, en su mayoría, quizá debido al síndrome de abstinencia, y yo no quiesiera serlo.
Anoche vi un programa en la tele, de esos de tertulia, que constaba de cuatro personas: tres hombres y una mujer; más el director moderador. El primer contertulio, empezando por la izquierda, según miraba yo la pantalla, presumía de condescendiente por haber asistido, en tiempos, no dijo si lejanos, a sitios donde la gente fumaba y el pululaba entre ella sin acusar molestia alguna, sin reproche. Es más, reconoció que sentimentalmente echaba de menos el olor a tabaco que impregnaba aquellos ambientes. No estaba de acuerdo con la ley de prohibición que ha impuesto el Gobierno.
La siguiente era la mujer. Esta confesó no haber fumado nunca; no agradarle el olor a tabaco; molestarle el humo exhalado por lo fumadores, tanto fuera de cigarrillos, puros o pipa, en ambientes cerrados, o andando por la calle; y estar completamente de acuerdo con la prohibición del Gobierno. El tercero fue el moderador, del que no recuerdo si estaba a favor o en contra, ni si fumaba o había fumado. Fue moderado moderador. El cuarto era un exaltado fumador que repetía que, como era demócrata, aceptaba la ley, pero que no estaba en absoluto de acuerdo en la forma de imponerla. Dejaba claro, este personaje, que lo que le gustaría es que hubiera permiso para fumar en todos los sitios, y libertad para que, el que no quiera humos, se vaya a la calle. Todos le increparon porque, como lo denunciaron ahí, además de mirar sólo para sí no se tragaba el humo. O sea, era un claro agente contaminador sin riesgo para él; era un botafumeiro. Uno de esos individuos que practican sexo con los ojos cerrados, un onanista exhibicionista. El quito en discordia, con el que se encaraba el anterior, no fumaba. No me quedó claro si lo había hecho antes, creo que no, pero ya no lo hacía y no le importaba que la gente lo hiciera. Estaba de acuerdo, relativamente, con la ley. Pero le parecía demasiado intransigente.
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