El mar; la mer; la mar de merde

21 junio 2010

Aunque sé cómo, no sé exactamente por qué (o sí) estoy aquí en la orilla del mar, vaya un tostón… Pero dejaré los tostones para el Cándido de Segovia e iré a lo que aquí reclama mi atención: esa inmensa masa de agua verde azulada que en la lejanía se diluye con el cielo y en la cercanía, en la orilla, es traqueteada por el viento, contra el muelle, haciéndola acunar toda materia flotante que le es ajena. Y el mar, al mecer de continuo tanta materia extraña, quizá la integre en su paisaje, pero no la hace suya, no se funden ambos cuerpos formando uno solo. Les sería imposible, aun disponiendo de todo el tiempo de todos los mundos.

La mar de merde

Luarca está preciosa hoy. Ha salido recién lavada y airosa de las tormentas que han anegado el norte de España. Y precisamente hoy, domingo 20 de junio, ha amanecido bañada por un sol desafiante a cualquier reminiscencia del recién pasado mal tiempo. El sol calienta el rostro de la gente, mientras ésta se viste de entretiempo todavía. Da gusto pasear por el espigón y por el faro con las manos metidas en los bolsillos, la mirada en las olas y la imaginación en el infinito. O en el recuerdo.

Pero si te acercas al puerto y miras entre los barcos de pesca, se ve la mar, remansada y ligeramente ondulante, con una nata de ramas y maderas menudas como una costra. Es todo lo que ha arrastrado las riadas de estos días pasados. También han provocado aludes y se han llevado grandes trechos de carreteras. Han desarraigado árboles que los ha precipitado, ayudado por el declive del terreno, en cualquier camino de los que en tiempo robaron el protagonismo al monte. Y en este exceso de su eterno reciclaje ha obsequiado al mar con todo lo que ha encontrado a su paso. ¿Por eso vi, en el embarcadero, todo de lo que arrastró el agua hacia el mar? Y lo que vi no me pareció una demostración de arte de pestidigitación del mar. Nada por aquí, nada por allá y… chatatachán: una botella de plástico, un vaso, una pelota. Y conchas y esqueletos de caracolas.

Las conchas, las caracolas acabarán absorbidas por el mar puesto que mar son, al fin y al cabo; pero toda esa otra materia imperecedera, creada por el hombre para su disfrute y arrojada a cualquier parte cuando ya no es necesaria, durará siempre. Y acabará degradando todo y sepultándonos en pura mierda. De momento hoy, aquí, ya ha sepultado la poesía.

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