La huelga general

28 septiembre 2010 | Sin comentarios »

EspañaPor Aquilino Quintás

¿Hay mayor huelga general que el paro? No, no la hay. Y el paro acabará siendo la huelga general, esta vez sí, general, de este país que es España. Y no sabremos, o no querremos saber, de quién es la culpa, si del Gobierno, si de la patronal, si de los sindicatos o si de los trabajadores —pueblo, masa, plebe, chusma (siguiendo la degradación táctica a la que nos quieren acostumbrados)— que, siendo los más perjudicados siempre en estas lides, son, además, la percha de los golpes de todas las fanfarronadas que se escupen a la cara la patronal y los sindicatos. Juegan los burros y cobran (coloquialmente dicho) los arrieros. Siempre ha sido así y siempre así será. Pero ¿no es este el momento de reflexionar sobre la situación del país; de envainarse los argumentos fingidamente patrióticos; de ciscarse en la soflama de partido y de aunar las fuerzas de todos para sacar adelante esta esquina de Europa que empieza a erosionarse con los aires que vienen de todos los lugares, incluso del interior?

Los sindicatos y el Gobierno, misma cosa, están en este falansterio socialista que no tiene ni pies ni cabeza. Víctimas y verdugos, los dos, del abandono de clase (en la más social acepción de la palabra), andan dándose mandobles sin preocuparles a quién hieren las esquirlas que desprenden sus trifulcas, dejando a su paso tuertos, mancos y tullidos (parados todos, al fin y al cabo) que no saben ni por dónde ni por qué les viene ese castigo divino —pues se portan aquellos como dioses vaciados en oro, como becerros—.  Porque ahora la pelota está en el caballete del tejado de ese chalet adosado en el que cohabitan sindicatos y Gobierno, mientras ambos, desde sus patios respectivos, soplan como Eolo y braman como energúmenos para vencer la fuerza de gravedad de la esfera, que seguro que está ahí por falta de decisión (por desconfianza), no de peso específico.

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“Lope”, De Ayala, y Madrid en tres actos

10 septiembre 2010 | Sin comentarios »

Por Hipólito Mester

Quevedo ha sido quien me ha citado para ver “Lope”, para eso era su amigo, en el Proyecciones. La película de Andrucha Waddington que se está proyectando estos días en Madrid es un quiero y no puedo que parece ser un puedo y no quiero, porque tras el derroche perfeccionista que ha puesto el director artístico en decorados y vestuario, sólo habría faltado un poco más de coraje en los actores, sobre todo en el actor principal y protagonista de don Félix, para que la película hubiera estado en calidad al mismo nivel que el atractivo que invitaba a verla. Habrá personajes, seguro que haberlos haylos, que hayan tenido vidas interesantes, pero tan dispar y disparatada como Lope de Vega, pocos. La vida de Lope es una interminable sucesión de peripecias y acontecimientos que darían para grabar una trilogía y no quedaría enteramente reflejada. Aunque reconozco que incluso una trilogía, aun cuando la viese de una vez, me sabría a poco, me hubiera conformado con que la película en cartel fuera algo más que media docena de decorados, en los que se incluyen dos magnificas exposiciones de un Madrid antiguo, y un elenco de actores que no están a la altura de las circunstancias, la mayoría por falta de papel.

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Fuego en el Rif

18 agosto 2010 | Sin comentarios »

“Diálogos con su chispita”

Por Gascón Bolín

Lleva Venan unos días intratable. Autoerigida juez sin parte para causas perdidas, me tiene la cabeza como un bombo de tanto repetirme lo mismo todos los días. ¡Y todos los años! —Estoy loca por escuchar en las noticias: Los tres tipos que provocaron el incendio de ayer en la sierra de Tal han muerto calcinados entre las llamas, que les rodearon antes de que tuvieran tiempo de escapar. —Un poco drástico tu deseo, no te parece. —Lo que me parece es que es una vergüenza que todos los años se quemen miles de hectáreas de terreno, con toda la vida animal y vegetal que en ellos exista, porque unos locos, unos irresponsables o unos sinvergüenzas desaprensivos quieran. Y yo te digo: tratándose de locos, “el loco por el palo es cuerdo”; si lo que son es irresponsables les ponía, primero, a apagar el fuego en primera línea de llama, y después a replantar todo hasta que quedase como nuevo; pero si quienes fueron los autores del incendio son unos sinvergüenzas que actúan por sí mismos o porque les paga alguien, a esos, a esos les pongo de cortafuegos, y si no resulta eficaz el intento y se queman, los sustituyo por otros de sus mismas condiciones, y así hasta que termine de haber incendios, que ya verías como se acababan. —Escuchándote no sé que me da más miedo, si estar de acuerdo contigo o que me pidas aumento de sueldo.

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Cristal con azogue

11 agosto 2010 | Sin comentarios »

«Te diría al oído la palabra todo / Si descubriese de repente que sirve para algo / Y vale para lo que quisiera que me oyeras / En un profundo silencio.  / Sé bien que me estoy muriendo pero no de vejez sino de amor / Y también sé que te estoy matando pero no de juventud / sino de amor»

                                                                                                Camilo José Cela

«Como te lo cuento»

Por Carolina Azcarla

Riiiiiiiiiiinnnnnnn. Por delante estaba la misma media hora de todos los días. Treinta minutos de trepidante rutina desde alcanzar el despertador y silenciarlo hasta salir hacia el trabajo. Rito, hecho hábito ya, desde que hace unos cuantos años entró ese artefacto en mi casa para pulsar mi vida.

Pero ese rito constaba de varias partes. Hacer callar al inoportuno gallo metálico, era la primera. Luego, hummm desperezarse como un cachorrillo. Inmediatamente después, saltar de la cama para caer justo ante la ventana. Esa ventana que me absorbía siempre, como si me engullera, de tal manera que me costaba salirme del haz de luz que por ella penetraba, como si fuese un campo magnético que me retenía y no me dejaba escapar de su resplandor. En ese éxtasis, de forma inconsciente, seguía con el ritual: miraba a través de los cristales, viéndome a la vez reflejada en ellos, mientras me despojaba del pijama para ir a la ducha y veía pasar a le gente por la calle. Unos iban ligeros, otros andaban con desgana, algunos corrían para llegar a coger el autobús. Yo me desnudaba despacio, para seguir disfrutando del espectáculo: las gentes, las casas, los árboles y el movimiento de sus ramas mecidas por el viento. Observando fijamente las copas de los álamos, me daba la sensación de estar mirando por un caleidoscopio lleno de hojas blancas, verdes, que con su temblor formaban inagotables figuras y paisajes. Ensimismada con lo abstracto, me despojaba de la ropa que, al dejarla caer al suelo, descubría mi cuerpo desnudo difuminado en aquel paisaje verde blanco del fondo. Era el momento en que, como todos los días, se despertaba un extraño rubor en mí que me encendía el rostro, hasta el punto de hacerlo resaltar en el vidrio de aquel impertinente marco. Nunca fui extremadamente pudorosa, pero esa ventana conseguía acochinarme, transfigurarme en una quinceañera tímida y pusilánime. Ese era el momento de salir corriendo hacia la ducha. Los minutos habían pasado volando y todavía tenía que vestirme y desayunar. Imposible tomar una ducha tranquila tampoco hoy. Esa maldita ventana se apodera de mi existencia por instantes. Por fin salgo de casa pero, en el último momento, antes de cerrar la puerta, tengo que dirigir una mirada postrera a la ventana, cómo despidiéndome.

Ese agujero acristalado en la pared ha sido siempre como mi alma. Me miro en él y lo que veo es mi desnudez, mi realidad, mis sueños.

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