Rojo que te quiero rojo

18 julio 2012

¿Rojo traje? ¡Rojo chándal!
Olímpicos españoles
de banderita de España.

Esto habría trovado el bardo si desatendiendo a sus musas hubiera dado una vuelta por el centro comercial Westfield, se hubiera detenido ante la casa rusa Bosco, y se hubiera quedado mirando, seguro que pasmado ante el derroche de luz y color; ante ese ocaso ahogándose en el cristal, el escaparate de la citada tienda.

El bardo siente poesía, imagina poesía, ve poesía en todo lo que observa pero… los modelitos se las traen. (Por lo menos con el perro Cobi hicieron encuestas.) Algún gracioso (vamos a pensar que todo viene de una broma) se ha propuesto vestir a nuestros olímpicos de modo que sirvan de ilustración a una receta de fritura de tomate adornado con arabescos de cangrejo de río fritos y con unos puñados de oro de Moscú. Y lo ha conseguido. En estos juegos todos los participantes serán también “la roja”. Y cuando juegue España al fútbol será roja sobre roja: roja al cuadrado. Con dos de exponente, como tiene que ser.

La verdad es que la que nos ha dado con la roja no tiene parangón, que diría un cursi -e incluso yo metido en esta materia- pero qué es eso comparado con la que está cayendo. Y no me refiero a este sol plomizo que cae por su propio peso y que va a conseguir, si no cesa, que nos fundamos hasta quedar convertidos en una sopa de bosones; ni a la prima de riesgo que nos hace abrazar el famoso dicho “familia y trastos viejos, pocos y lejos”; ni por supuesto al pago de impuestos que, como ya no hay donde grabar, para seguir captando voluntades va a recomendar el Estado que en las reuniones de amigos se cambie el juego de “el amigo invisible” por otro que sea “el impuesto invisible”, que constará en que cada uno de los amigos escribe una cantidad en un papel doblado y lo echa en una caja para que lo extraiga otro, y el que lo recibe tiene que ingresar la cantidad que figura en las arcas del Estado, sin saber a donde va a ir a parar ni para que va a servir (vamos, como ahora más o menos); ni a la obsesión enfermiza que tienen nuestros políticos por mantenernos en Europa con la moneda única, cuando a los españoles, a la mayoría por lo menos, la moneda única (el euro) nos hizo llorar calderilla a raudales que se nos escapó por entre los dedos de las manos para redondear esos “picos” en la compra diaria, y lo de entrar en Europa nos suena a chino, porque siempre nos inculcaron que España era un país que vivía del turismo: luego de lo que se trata es de que todos los europeos vengan a España, no de que nosotros entremos en Europa. En fin, un disloque todo. Menos mal que España, todo el mundo lo va a poder ver, está roja roja roja, ¿de orgullo? ¿de ira? Da igual, más vale una vez roja que ciento amarilla.

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