Póntelo, pónselo

16 octubre 2010

Por Aquilino Quintás

Veo en la tele, dónde si no, una noticia que me llama la atención por lo que de curioso y estrafalario tiene.

Resulta que en un municipio limítrofe con Lérida, las prostitutas que allí ejercen van a ser obligadas a utilizar chalecos reflectantes mientras trabajan en la calle. Está bien. Antes, no sé ahora, a la puerta de los clubes de alterne se ponía un farolillo rojo, que una vez conseguido diferenciar estos de los que se ponían en las obras —que también usaban ese distintivo— eran  muy útiles para no meterse donde no hubiera entrado jamás nadie a buscar un amor sin cortapisas. Pues el chaleco reflectante va a ser el distintivo (PMT) de pelandusca móvil trabajando.

Y la cosa va en serio, pues parece que los mossos d’esquadra de la zona han sancionado a las trabajadoras del folgar con cuarenta euros a cada una de las que no llevaba puesto el chaleco, alegando que corren peligro. Trabaja, pero seguro. Y no veo yo a la Guardia Civil, a la hora de sancionarlas por ir en déshabillé y sin chaleco, en huelga de boli caído.

Lo que no me ha quedado claro es si los clientes también tienen que ponérselo. Claro, si no salen del coche, no. Únicamente, si se paran, tendrán que colocar el triangulo de avería. Aunque quizá, si bajan el cristal de la ventanilla y asoman la cabeza para cerciorarse de que lo que hay debajo del chaleco reflectante no es un mecánico o un agente de tráfico, tendrían que ponerse casco. Porque está claro que los coches que pasen por ahí sin dar abasto donde mirar; si a los chalecos, a los guardias, al coche parado por si es el del marido o el del jefe, a las piernas (y algo más) que cuelgan de los chalecos, llevan el peligro en su curiosidad de arramplar con el tupé de ese corazón solitario que empieza a mostrarse. Además, que bonito sería que al asomarte por la ventanilla y ver acercarse la mujer voluptuosa con esa simpatía urgente de quien trabaja a destajo, un instante antes de percibir su aliento que apesta a tabaco, a alcohol, a carmín, tocaras la visera del casco y le dijeras: Hola, reina, he venido a liberarte.

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